El último paseo por Kirkcaldy

De esto hace ya un mes casi

Hizo calor esa semana, mi última en Escocia. Por las tardes, mientras María y Adrien trabajaban, salía a pasear por el pueblo.
Un día fui a ASDA a por una infusión de limón y jengibre que probé en casa de María y está francamente buena. Volví dando un rodeo de casi dos horas. Pasé por calles de casas pequeñas, un colegio de Primaria en medio de un parque tremendo, alguna tienda pequeña (prácticamente no hay tiendas en las zonas más nuevas) y a la vuelta me encontré los casoplones más grandes del pueblo.

También unos cerezos silvestres con cerecillas tamaño garbanzo pero llenas de sabor. Mientras cogía un puñado empezaron a asomarse en el  prado de al lado un montón de conejos. Suelen salir a tomar el sol a última hora de la tarde. Nadie los caza así que casi no se asustan.

El martes estuve paseando por la playa. Exploré la playa hacia West Wemmys, pero apenas empecé me dí la vuelta hacia Kirkcaldy. Eran rocas y más rocas, y la playa más cercana era una ensenada de guijarros poco cómoda de andar. Me fui por el camino de la costa, un paseo que enlaza con el parque de Dyssart.

El miércoles el paseo fue más corto porque llegamos de Edimburgo más tarde. María estuvo en el consulado después de clase y yo apurando las rebajas de Clarks, comprando unos zapatos para Miguel.


El jueves también nos paramos un poco antes de coger el tren de vuelta. Por Princes Street la gente iba en tirantes y con chanclas. Algunos jóvenes con la camiseta quitada. El sol picaba de lo lindo después de una noche de lluvia. Tenían ola de calor...a 28 grados.
A la vuelta cogimos un tren que iba justo por la costa parando en todos los pueblecillos: North Qeensferry, Inverkeithing, Aberdour, Burntisland, Kinghorn.  Mereció la pena.






North Qeensferry, Detrás del primer puente se ve el segundo en obras.






La estación de Kinghorn tiene una pared de madera para resguardar a los viajeros del mal tiempo, con unas ventanitas abiertas para poder ver el mar.

Salí a pasear porque me parecía un contra-dios  quedarme en casa. 
 Me metí por las casitas del puerto, lás únicas blancas de por aquí.

Era la primera vez que el barco rojo estaba flotando, la marea debía estar alta todavía.


Fui hasta Kirkcaldi, casi una hora, y una vez allí me recorrí el paseo marítimo hasta el final. Compré una botella de agua y unas patatas fritas y pensé en volver en autobús porque estaba un poco cansada y me quedaba casi una hora de camino. Fallo técnico. El autobús que me dejaba cerca de casa pasaba muy tarde. Los ingleses consideran concluida su jornada a las 5:30 de la tarde y eran casi las ocho. Pues a andar.

-Are you a local? - Me pregunta uno del pueblo cuando me ve hacerle fotos a la madreselva.- No, no, a tourist- Se le puso sonrisa triunfal de "lo sabía".
Al llegar al parque de Dyssart solo me quedaban unos dos kilómetros y algo. Busqué el castillo que no había visto el otro día, y desde allí leí en una señal: Costal path, sendero de la costa.

¡Vaya vistas!. La marea estaba empezando a bajar. Había gente en la playa. tal vez me pudiera meter en el parque más adelante.
El mar del Norte... The sea, the sea, de deep blue sea...


El mar, como el fuego, ejerce una atracción irresistible sobre mí, me cuesta separar la mirada, me apena alejarme. Un poco más, son casi las nueve y debería irme ya. No encuentro entrada al parque pero no quiero volver atrás, es tarde, me llevaría un cuarto de hora extra. 

La última foto, cada vez hay menos arena y más rocas. Las rocas están llenas de algas y mojadas. Me asomo al próximo recodo y decido: si no hay entrada al parque me vuelvo y corro. Hay gente más adelante, Si voy con cuidado no tengo por qué escurrirme... pero me escurro. Pongo las manos para no hacerme daño en las piernas y al levantarme me pesa mucho la mano.  Esa sensación la conozco. Cuando me hice la fisura en el codo me pasó algo parecido con el brazo. Entonces no me hizo falta escayola. Ahora sí que la voy a necesitar. Mi mano se va para un lado y mi brazo para el opuesto, pero afortunadamente apenas me duele. 
Llamo a María para decirle que voy para allá, que tardaré una media hora y que, aunque no me duele, se me ha roto la muñeca. Desde ese momento lo que siento es una determinación de que tengo que llegar. Me vuelvo a escurrir y me vuelvo a levantar con los pantalones chorreando pero casi contenta de poder seguir andando, porque por fín he visto la entrada al parque y está casi al lado de donde me encuentro.
No entiendo cómo he podido estar tan torpe, me he puesto un poco nerviosa, creo, por la hora, por no querer dar la vuelta, por no alejarme del mar... me estoy haciendo vieja, pero ahora no quiero parar a lamentarme por mucho que me haya dado un poco de miedo no haber podido salir de aquellas rocas. Sigo andando por el parque intentando alinear la mano y el brazo con mi mano izquierda. Me está empezando a doler. Le pregunto a una chica por dónde está la salida más cercana a Windmill Road, y cuando por fín llego, me permito andar más despacio unos metros. 

El resto de la aventura fue una llamada que hizo María a un taxi porque Adrien había salido a nadar, una espera de tres horas en el hospital aunque el servicio de urgencias estaba prácticamente vacío, una recogida de datos personales en escocés cerrado "deet o beerth?" para la que tuve que contar con la traducción de María -"date of birth", tu fecha de nacimiento, (a las dos nos dio risa), La llegada de Adrien, sonriente, mientras esperábamos que me llamaran,- ¿pero que te ha pasado? -  que hizo de intérprete cuando me atendieron, media escayola para que pudiera usar mi mano izquierda y painkillers para pasar la noche, (sin reducción de la fractura. Había tomado ibuprofeno con líquido y no me podían poner anestesia. Quedaron en llamarme al día siguiente)

Al día siguiente no llamaron, así que volvimos a ir al hospital. Un traumatólogo que parecía sacado de una serie de televisión, me dijo que con la férula que tenía podía viajar en avión (mi vuelo salía la madrugada siguiente) si prefería que me operaran en casa. Qué bien, le quito el marrón a María y Adrien y puedo volver, echo de menos a los de Córdoba. Aquí no voy a poder hacer mucho más que ver la tele o dar paseos por el pueblo.Además tampoco nos garantizan que me vayan a operar pronto. No es una emergencia y hay otras prioridades, hablan de una espera de 8 a 10 días. Yo creo que no están muy bien de personal, no se los come la bulla precisamente.

La vuelta fue estupenda.  Salimos de Kirkcaldy a las cuatro y media de la mañana, con luz del día. Viajaba sólo con una mochila pequeña. Mi cosas las metimos en una caja de cartón y Adrien y María se encargaron de mandarla con un servicio de paquetería que por 20 libras me llevó todo a casa en tan solo cinco días. Me puse de analgésicos bien servida, así que me relajé tanto que pasé más de medio vuelo dormida.Al llegar a Madrid fui como una señora: en taxi hasta Atocha, y luego en Ave hasta Córdoba, llegué a las tres de la tarde. Ni se me hizo larga la travesía. 



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