Vajilla artesana (para Cañero, que se vió contratado en la playa)

 Empezó siendo ceramista. Le fascinaban las distintas pastas, cada una con su tacto. La de manganeso, tan oscura y arenosa que le recordaba a los días de playa cuando era pequeño; las blancas, tacos de barro en sus zapatos gorila los días de lluvia entre los olivos...

Pero sin duda, con la que más le gustaba jugar y sentarse al torno era con la roja. Se iba quedando sólo en el taller y al final le tocaba enjuagar todos los trapos con los que había limpiado. 

Al principio no se dio cuenta, pero al pasar una semana, a la vuelta de un finde, el barreño donde enjuagaba los trapos tenían un montoncito de arena. 

-No puede ser- se dijo

Y empezó a buscar trapos por todo el taller, porque la otra cosa que le podían eran los misterios, resolverlos. Y aquello lo tenía que resolver.

Enjuagó meticulosamente todos los que encontró. Pero ya sabes lo que pasa con la arcilla roja, nunca acabas.  La montañita llenó el barreño, y, como siguió buscando trapos y se afanó en dejarlos escamondaos, pronto llenó una carretilla.

Dominó de tal manera el  blanqueo de enjugaderas que empezaron a llamarlo de otros talleres, Se llevaba la arena que conseguía porque además de arena roja, era preciosa, hacía olas al moverla en la carretilla o en el remolque que compró para transportarla y le olía a mar.

Buscó alfares por la costa. Se afincó en Torremolinos. Ya no es alfarero,  pero vive como un rey rellenando la playa y haciendo castillos con  vajilla artesana. 




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