Sequía

Cuando dejé de verlo transformó su carta de presentación. Cambió de aspecto, me dijeron. Fueron pasando días, semanas y meses. Seguía modificándose. ¡Como si alguien hubiera podido ponerle cara! No dejó ni aquella foto que nos hicimos en el fotomatón de la estación cuando éramos aún estudiantes de instituto.  De no haber sido porque fortuitamente había conseguido la dirección de su blog en francés, en el que publicaba con cierta asiduidad, ni siquiera sabría si seguía con vida.

Hacía mucho que había desaparecido sin dejar rastro. Tenía que ver con la importancia del anonimato, decía, incluso  entre los cercanos. 

A la vez (no podía ser de otra manera), se proclamaba a solas, en soledad. Y a veces sonaba un poco triste,  a leve queja. O al menos eso entendía yo de sus textos.

Habíamos trabajado juntos en una oficina oscura llena de libros. De vez en cuando disparatábamos, por divertirnos. A veces eran ocurrencias de su mente ágil. Otras, errores de mi lengua de trapo que él era capaz de subrayar. Las más eran imágenes que nos venían en medio de una conversación y nos hacían reír. Era fácil seguir con una historieta o un cuento. Se puede decir que las historias nos salían al paso y sólo había que ayudarles a fijarse en el papel.

Luego me metí en trampas económicas, y como el sueldo no me alcanzaba me busqué otro empleo. Dejé de verlo. A él y al resto de la oficina. Las escasas veces que pasé por el portal el portero me hacía un leve gesto de "Ah, pero ya no vienes por aquí" y miraba a otro lado, como si estuviera realmente ocupado. 

No me di cuenta al principio porque estaba tan atareado que achaqué la falta de inspiración a la escasez de tiempo. Pero luego, cuando mis intentos de alumbrar historias se fueron  quedando en agua de borrajas, me fui dando cuenta de que ellas estaban ligadas a aquella oficina a la que no podía volver. Así que empecé a pensar en alternativas que suplieran aquella sequía pertinaz.

Los días de invierno hacía grandes ollas de caldo que convertía en sopa de letras. Las tomaba de primer plato al medio día y de cena todas las noches. Mi abuelo solía decir que había que cenar como un mendigo, así que rebajaba el caldo y, para disimularlo, le echaba un chorrito de vino y poca pasta, que dicen que el hambre agudiza el ingenio.  Lo más que conseguía en esos momentos eran textos llenos de faltas que desechaba nada más pararme a leerlos. (Nunca aprendí a escribir bien sin mirar el teclado y al alzar la vista me resultaban irreconocibles. También irreconciliables con la rabia de me daba que no me saliera nada decente)

Después de aquel fracaso y una época bastante triste, porque lo que en realidad me hacía feliz era reírme con alguien por mor de la risa cómplice,  me hice feriante. 

Pensé que tal vez las historias no eran el resultado del ambiente literario de la oficina. Sino que podían tener  que ver con mi antiguo compañero, ese que se empeñó en ser anónimo. Quería encontrarlo a toda costa, porque no contestaba a mis llamadas (los anónimos deben hacer eso) aunque tuviera que volverme tan anónimo como él, al menos durante un tiempo. Cuestión de verificación de hipótesis. 


- ¿Dónde va a haber más gente que en la feria? - me decía ilusionado - Antes o después lo veré pasar. 

Estuve tres temporadas de pueblo en pueblo montando norias. Me equivoqué de lleno.  Tenía miedo a las alturas. No me quedaba mucho tiempo para historias porque después del montaje y un día para recuperarme del susto que me daba colgar las canastas y apretar las tuercas colgado de un arnés, vendía boletos en la taquilla. No lo ví ni a él ni a Carlos, su mejor amigo, el único que lo conocía mejor que si lo hubiera parido.

El vértigo y el miedo al vértigo cada vez que teníamos que trasladarnos acabó de secarme la inspiración, así que pensé que era hora de cambiar de estrategia y de trabajo.

Siempre me gustó encontrar monedas o notas olvidadas en chaquetas de otras temporadas. Me producía una euforia un poco absurda, pero euforia al fin y al cabo. Pensé que si además encontraba alguna pista de Pepe mi felicidad sería completa, volveríamos a las historias. 

Conseguí un puesto de voluntario en una ONG. A cambio de mi trabajo tenía cama y una comida ligera.

- Estoy de suerte- pensé.- Así practico el ayuno intermitente que dicen que es tan antiinflamatorio. Igual se me mejora la artrosis.

Tuve que alquilar mi piso para que las deudas se pagaran solas. ¿Pero cómo no se me habría ocurrido antes?

Mi trabajo consistía en revisar ropa donada en los contenedores. Revisaba bolsillos, cremalleras y botones y encontré cosas curiosas: fotos de carnet en blanco y negro, listas lavadas de la compra, más de un chicle pegado en el fondo de un pantalón de niño, alguna que otra moneda, medio billete de cinco libras, un zumbel sin peonza, varias cartas de amor ya muy sobadas... 

Después de nueve meses volviendo del revés todos los bolsillos y tirando porquerías me di por vencido. Me convencí de que no encontraría nada suyo. Pepe era bastante básico. Empecé a dudar de  que fuera de los que renovaban el armario a cada temporada. Ni siquiera sabía cómo era su abrigo porque solía llegar mucho antes que yo a la oficina y siempre lo tenía guardado.

- ¿Y ahora qué?- Por más que me esforzaba no conseguía nada más que angustia, porque ahora mi cama en la ONG la ocupaba  otro y me hacía mucha falta encontrar algo. 

Por pasar el tiempo me puse a pinturrejear en el interior de un museo. Se estaba fresco dentro, había servicios y había bastante gente visitándolo. Pasó a mi lado una señora con su tacataca. Se acercó tanto a curiosear lo que hacía que leí con claridad la etiqueta de su andador: "Ortopedia El Aeropuerto"... Y entonces me vino la inspiración. Pepe usaba plantillas. Tenía que conseguir trabajo en una buena ortopedia.

De vez en cuando entraba en su blog, por ver si me daba alguna pista. 

Ingenuo de mí, pensaba que tal vez él me echara de menos y que también me estaría buscando. Por aquella época le dio por escribir sin terminar las frases y cuando pensaba que estaba hablando de algo que me esclarecería su paradero,  me dejaba un vacío o una oscuridad tan grande que era peor que si no lo hubiera leído.

En la ortopedia entré de recadero. La señora del tacataca me reconoció un día que necesitó un ajuste de las ruedas.

- ¿No era usted el que pintaba Las Meninas en el museo?

- Sí señora. Yo mismo.

- Mire usted, es que ando buscando un señor de compañía que lo mismo sirva para un roto que para un descosido, y si además es artista...

Desde aquel día estoy a su servicio. He desistido de contar historias. He descubierto que Pepe dejaba las frases a medias cuando no sabía cómo seguir o tenía dudas en el vocabulario. Además doña X, Señora de  Don Zutano de Tal que ella también prefiere el anonimato, (y que se conozca su nivel social, que eso de "señora de" es un grado), empieza a desbarrar y se le ocurren historias divertidas. Cuando llegué a su casa contaba que su antiguo jefe le dio trabajo al enterarse que era nieta de Fulanito Pí, el hombre que le enseñó a nadar. Un par de años después era ella la que había enseñado a nadar a su jefe durante la entrevista de trabajo, haciendo que braceara echado sobre un taburete. 

Sólo tenía que ponerme corbata para que me confundiera con su vecino el marqués, y era entonces una ocasión estupenda para merendar un buen té inglés con tejas de almendra.

Estoy dentro de su propio cuento. ¡Qué más historias necesito!


Comentarios

  1. Qué maravilla de historia Loles, me ha encantado, me has llevado de una línea a otra sin parar. Besos :D

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajajaja, gracias por tu sinceridad guapa. Un abrazo

      Eliminar
    2. Todos estamos en un momento de vacio interno me pasa a mi Cansada de los bloggers nuevos de gente que critica sin saber lo que dice Borralo al comentario que te hice Tu eres unica siempre

      Eliminar
    3. No siempre sale lo que una quiere, ni tiene por qué resultarnos atractivo todo lo que los otros dicen. Está bien tú comentario, así mantengo el ego a raya. Un abrazo fuerte

      Eliminar
  3. Excelente escritora con una rara y distinta personalidad

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Mario! Me alegro de que te parezca bien escrito. Un abrazo

      Eliminar
  4. Me gustó bastante el cuento. Supongo que porque tiene algo de realismo mágico. Tus personajes siempre tienen comportamientos desmesurados, al filo de la irrealidad, y eso me fascina. Además me gustó el desenlace, tal vez porque también yo alguna vez viví en los cuentos. Ahora sólo los escribo.

    Un abrazo, Loles.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo desmesurado pasa de lo molesto a lo ridículo, lo cómico. Tiene un puntito de cotidiano, lo que ocurre es que no nos damos mucha cuenta de lo desproporcionados que somos a veces.
      Gracias por pasarte.
      Un abrazo Miguel

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares