Cuéntame un cuento

- Cuéntame un cuento- le pidió como siempre que no podía dormir
- ¿Quieres el de Juan soldado?
- No, cuéntame el de la salchicha, el ratón y el pajarito.
-¿Otra vez?
- Otra vez
-¿Y después te duermes?
-Y después me duermo
- ¿Seguro que no quieres el del zapatero y los duendes?
-¿Es que no te gusta el de la salchicha, el ratón y el pajarito?
- La verdad es que no me gusta mucho, es un poco triste. Pero te lo cuento y mañana elijo yo uno.

Al día siguiente le pidió el de la araña pero ella le contó uno diferente:

Érase una vez un pequeño delfín al que le gustaba aprender de todo. Sus hermanos mayores jugaban nadando muy rápido y dando saltos a su alrededor. Como era el más pequeño creía que era torpe cuando no conseguía hacer las mismas acrobacias.
Un día oyó que un delfín adulto comentaba, mientras lo miraba con incredulidad,  lo grande que era su aleta dorsal. Pero no se sintió orgulloso sino avergonzado, porque pensó que era lo que le impedía hacer lo que hacían sus hermanos
 A veces se entristecía porque quería ser como los otros delfines, pero entonces le decían que era un llorón y ocultaba sus lágrimas. Entonces se dedicó a investigar lo que hacían los adultos con esa aleta. Escuchó a sus tías diciendo lo chabacanos que resultaban algunos de su especie cuando hacían alarde de la misma o  exponían sin tapujos lo que ellas le proporcionaban. Así que intentó moverla poco, porque entendió que eso era mucho más elegante, y era necesario ser distinguido para que no se burlaran de él. Hasta aprendió a nadar sin tenerla en cuenta.
Le gustaba aprender y aprendió muchas cosas: a nadar dando vueltas como un tornillo, a moverse haciendo zig-zag, a saltar por encima de las olas... tan solo perdía el control cuando intentaba nadar boca arriba, desplazándose de espaldas. Para colmo se le acercaban otros delfines del sexo opuesto y se sentía acosado si los veía situarse justo encima de su cuerpo inestable.
-Debe ser por mi aleta dorsal, esa que tengo tan grande. ¡Cómo me gustaría no tenerla!
Y lo deseó con tanta intensidad que la aleta se fue haciendo invisible, dejó de sentirla y de usarla.

El resto de los delfines jugaban a ese baile sin cesar, parecían disfrutar con el juego mientras  él sólo conseguía  verse bastante patoso. Nunca se le ocurrió pensar que era su aleta dorsal la que necesitaba para convertirse en bailarín... así que vivió su vida de delfín como si fuera un pez volador, ¡que tampoco está nada mal!


- Pero el delfín es más grande, y más fuerte, y más inteligente, y cuando usa su aleta dorsal puede hacer piruetas, y...
- Sí, pero este delfín de nuestro cuento no debía ser muy listo. A dormir.
- ¿Y por qué no quería usar su aleta dorsal?
- Ya te lo he dicho, no debía ser muy listo. Lo entendió todo al revés. Espabila para que no te pase lo mismo. Un beso preciosa. Cierra ya los ojos.
-¡Es que era muy pequeño! ¡Quería ser como los mayores!
- Sí, pero se pasó de listo, y cuando te pasas de listo empiezas a ser un poco tonto. ¡ Ale!, ¡hasta mañana!

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