Un bocadillo de jamón

-Ya está,- se dijo Lula después de entrar en dos o tres tiendas de ropa barata.- No voy a comprar nada, no necesito nada, es suficiente con haber venido. Si encontrara una placita donde poder sentarme a pintar un rato...

En vez de una plaza  encontró  una tienda antigua de jamón y queso. El mostrador de madera, la estantería llena de  productos de panadería, el delantal del dependiente... todo le transportó a su infancia.
Ultramarinos Navarro estaba muy cerca de la casa de su abuela, en la calle Concepción. El mostrador no sería mucho mayor, pero lo recordaba larguísimo. Había siempre algún empleado echando una cuenta de sumar infinita . Primero chupaba la punta del lápiz. Ensayaba el trazo en el aire antes de escribir y decía solemne:
-Así que son, dos y dos cuatro, y seis diez, quince, diecisiete, veintitrés, me llevo dos...

A Lula siempre le había fascinado la velocidad con la que sumaban, la fila larguísima de números, lo oscuro que pintaba la mina húmeda en el papel de estraza, lo barrocos que eran algunos treses, con sus revueltas en el trazo inicial, el repaso de la cuenta tan rápido que parecía se la hubieran aprendido de memoria... Recorrer con la mirada cada rincón del local: las cajas redondas de sardinas arenques, los sacos de garbanzos y patatas, las latas de atún apiladas, las palas metálicas con las que cogían las legumbres y la manera de llenar los cartuchos de papel dándoles pequeños golpes para que se sujetaran de pie. Todo le llamaba la atención. Era de las pocas pocas tiendas que conocía, porque apenas bajaban al centro. Hasta el tipo de tienda le resultaba extravagante: ultramarinos le sonaba a azul marino y a pirata, nada que ver con  comida corriente
Por su casa pasaba todos los martes Ezequiel. Llegaba detrás del sonido de su corneta y de su voz potente -"Drogueeeeeeeero".
Lula iba corriendo a ver a su mula con anteojeras. ¿Cómo era posible que no tropezara viendo tan poco? La magia empezaba cuando, bajado del pescante, dejaba ver parte del interior azul de la carreta: ristras de estropajos que asomaban bamboleándose con los baches de la calle, brochas de encalar, jabón lagarto...Llegaba la tata y por fin abría las portezuelas laterales. Atados a las repisas aparecían barreños de zinc, trapos de fregar el suelo, botellas de agua fuerte  y  de lejía, escobas de caña con el extremo de palma, escobillas del váter...
También pasaba el panadero a diario. Tenía una trompetilla y la hacía sonar tan fuerte que se oía desde que entraba en la calle.
-¿Qué traes hoy, Pedro?- era la excusa para poder meter la cabeza y aspirar el olor a pan recién hecho
- Hoy nada más que pan, que lo otro está encargado. ¿Me vas a pagar tú hoy? ¿Ya sabes cuántos céntimos tiene una peseta?
- ¿Puedo?- Le preguntaba a la tata. Mientras se concentraba en contar las monedas, los oía contarse cualquier chascarrillo  del que sólo entendía la risa.
-Ya está. A ver si está bien.
-¡Ea, Carmen, ya tienes secretaria!. ¡Hasta mañana!
A Lula se le dibujaba una sonrisa amplia que dejaba la mella al descubierto y  volvía a seguir el juego por donde lo hubiera dejado.

-¡Siguiente!
-¿Me pueden hacer un bocadillo de jamón?


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