Crónicas tórridas de la pecera

Había tenido un día de perros. A uno se le escapó el pipí. Otro mordió a su compañero para que no le quitara la pelota, a Francisco "Mamuel" no había quien le entendiera una palabra entre su media lengua y el resfriado, una madre vino a por uno de su clase con una cita para la vacuna... Y  monsieur Portier, el señor conserje siempre tan servicial, llevaba de baja por gripe desde el comienzo de la semana.

En su casa tampoco se puede decir que las cosas le fueran bonito. Su marido, un consejero de banca de pro, llevaba varios días de reunión en reunión y a ella le tocaba la comida, la compra, la limpieza, los encargos que a él no le daban tiempo, recoger los arreos de la playa donde habían pasado el fin de semana para verse tranquilos sin  compromisos sociales, un arreglo de lavadora, una visita al veterinario...
Cayó rendida después de la sesión de mindfulness y soñó. No le culpo. Siempre le han gustado los hombres y soñar con uno que te facilite el trabajo entre otras cosas...


Se vio en el colegio ataviada con su batita. El señor conserje estaba en su puesto de trabajo, un pequeño despachito hecho con paneles de vidrio al que cariñosamente llamaba la pecera, y le sonreía. Lo veía perseguirle, como en el anuncio de Terry, a cámara lenta por los pasillos del colegio., ella montada a pelo sobre un caballo blanco. Jugaban, oh sí, jugaban.
- Aquí se esconde, aquí, aquí.- le llamaba ella. Y se metían en uno de los armarios empotrados donde se dedicaban miradas de amor y se hacían gestos subidos de tono.
- Pues no, no está, decía ella echando hacia atrás la cabeza mientras él intentaba alcanzarle la nuca.
-¡Pero no seas tigre! ¡Si lo que quiero es que me ayudes!- Le guiñaba. Se subía a una silla y llevando hacia atrás  uno de los pies hacía el gesto de intentar abrir el altillo.
La izó, la bajó y corrieron a los baños. Más miradas cómplices, más persecuciones...
-¡M Portier, M Portier, aún no hemos acabado!- y su bata de trabajo se transformaba en ropa interior cubierta por una batita de seda.
-¡Un abrazo, un abrazo chiquitín!
Y ella le lanzaba una mano en forma de garra y un pequeño rugido ahogado en risa
- No hemos acabado, no hemos acabado- le decia

Se vio en la pecera de M Portier con un extraño arrebato de pasión. Sus labios se incendiaron de fuego. Sus mejillas subieron de tono al ritmo que subía su presión sanguínea al ver a Monsieur aparecer. Quería salir para despojarlo de su uniforme, pero era tal el estado de aturrullamiento que quedó abducida por el cristal del habitáculo.


Su marido la encontró en una extraña pose en la cama, con las gafas puestas y sin desmaquillar.
- ¡Te has quedado dormida! Debes estar agotada.

Al llegar al colegio no pudo mirar de frente a la portería, saludó con un breve "buenos días" y corrió a refugiarse en su clase. .
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Comentarios

  1. Es que los uniformes, de cualquier clase, siempre han tenido, tienen, su "cosa"...

    Bonito relato al alcance de la mano en cualquier escuela :))))))

    Abrazos Loles.

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