Ni contigo ni sin tí

Nos turnamos los fines de semana. Tenemos suerte porque somos siete y la situación viene ya durando mucho. Así que somos un poco el refresco, un pequeño paréntesis en la semana de mi madre, que es de siete días, 24 horas al día. 
Primero fue epilepsia vascular, los accidentes vasculares le dejaron el equilibrio tocado. Luego fueron varias caídas, alguna dejó un hematoma en la cabeza, tan lento de disolver que dio que pensar si no sería más grave de lo que parecía, con confirmación de la sospecha. El deterioro ha sido progresivo. Lo último ha sido una avanzadilla del Párkinson, que le ha dejado las piernas muy rígidas. Ya no se mantiene en pie, tampoco sabe dar pasos pero mantiene el sentido del humor.
Siempre ha hecho rimas chistosas y cuando está de buen humor sigue haciéndolas.
Este fin de semana me ha tocado a mí. Ha dormido bien, casi diez horas seguidas. Nosotros ocupamos la cama de mi madre y así ella descansa un poco mejor esos días.

La poesía (de)lírica mañanera de mi padre no tiene desperdicio: entre risillas dice a las 8 de la mañana:
- Voy a escribir un libro que se llame "el pedo automático". -Y luego se pone a canturrear
-Tú te has tirado tres, yo dieciocho. Estoy aquí acostado. Y no sé qué puedo hacer, pues yo me voy a peer. tirurirí-ruri-rurí tirurí-rurí-ruré.
Se le caen 90 años, de los 95 que tiene, de golpe. Canturrea con los brazos en alto, moviendo las manos como si estuviera dirigiendo una orquesta.

A las nueve llega Evaristo-que-te-han-visto. Le cura las escaras de los talones, lo asea y le viste. El domingo me he quedado haciendo unas cosas en vez de ir a casa el rato que él lo atiende. Desde la habitación en la que estoy se le oye. Parece un palomo buchón. Es un ay continuo, que no suena a lamento sino como un reflejo de agotamiento, porque cuando le preguntas si le duele algo dice que doler, doler, no.
Me acerco al salón, donde están viendo la misa en la tele. Mi madre con los auriculares puestos intentando seguir el hilo. Mi padre al lado, gorgeando sin parar. 
- ¡No puedo con ella!- me dice mirando a mi madre.
- Esto es imposible- dice ella molesta, porque le gusta disfrutar de la misa.
- ¿Nos damos un paseo?- le pregunto con mirada cómplice. 
-  ¡A ver si nos da permiso!- me dice como si fuera un niño pequeño.
Mi madre pone cara de alivio.
-Que dice que sí, ¡venga, que hace muy buena mañana!- él se quita el pañuelo con el que le gusta cubrirse las piernas y Evaristo me ayuda a bajarlo antes de irse.
En cuanto nos montamos en el ascensor ya se está arrepintiendo.
-¿Y mamá se va a quedar sola?
-Está viendo la misa, déjala que a ella le gusta.
-¿Y si le pasa algo?
-Damos una vuelta rápida, de diez minutos.
-Eso. Pero ¿se queda sola?
-Sí, pero va a ser un ratito pequeño, no le va a pasar nada
- Bueno, una vuelta nada más
-Eso.

Cuando llegamos a los jardines va un poco contrariado. Se le nota porque se enfada si no esquivas los baches cuando él los ve. Se le pasa un poco cuando te da el "apto" como conductor de silla de ruedas, pero se nota que no va del todo a gusto. El paseo nos dura veinte minutos. A la vuelta nos encontramos a mi madre en la cocina. Él se queda dormido después de preguntar tres o cuatro veces  dónde está ella, qué hace. 

Comentarios

Entradas populares