Un bastón-mando-a-distancia

¡Dios, qué frío hacía en ese pueblo! Las mañanas de diciembre tenían las fuentes congeladas. Los aleros del tejado lucían carámbanos de hielo. Los zapatos gorila, esos que se suponía que por tener la suela de goma te iban a mantener los pies calientes, eran de papel en aquel suelo frío y duro. Los calcetines nunca calentaban lo suficiente aunque fueran largos. Los guantes acababan chorreando al quitar la humedad de los cristales y las manos quemaban a través de la lana después de hacer un puñado de bolas de nieve.
La sábanas estaban frías y para calentarlas te hacías un ovillo, la cabeza bajo las mantas aprovechando el aire cálido de tu aliento, las manos entre las piernas o en los sobacos buscando el calor atrapado en los pliegues de tu piel.
El rato en el que gozabas de una temperatura homogénea era el de la comida. El resto del día era el que te daba conocimiento preciso de tu cuerpo: podías estar jugando tan contento en el patio, sin frío, pero con los pies congelados. También podías notar el frío en la cara, el dolor en las orejas o hasta en la frente, y a la vez percibir esa zona de transición a veces brusca, del cuello de tu camisa. 

Se murió la abuela. Se fueron yendo todos. En la casa del patio grande sólo quedo él, soltero y cómodo. Llegaba el invierno y echaba firmas en el brasero de picón para caldear la mesa camilla. Encendía la chimenea, que a duras penas calentaba el aire que se colaba por las rendijas del balcón y encendía la tele. 
Era de esas antiguas, con tubo. Aquellas que aun no tenían mando a distancia ni casi lo necesitaban porque sólo había dos canales de televisión. El problema llegó cuando hubo cinco. A ver quién era el guapo que se levantaba del brasero. 
El hambre agudiza el ingenio y el frío tres cuartas de lo mismo. Primero fue el bastón. Luego un listoncillo de madera, mucho más ligero y más preciso, el primer mando a distancia que tuvo. Tal dominio adquirió que al llegar el final de la primavera siguió usándolo a pesar de tener el balcón abierto y pasearse por la casa en mangas de camisa.

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