El amante japonés (de adopción)

Lo compraron en el estanco. Llevaba guardado en la carpeta un par de meses y estaba que se moría por salir.  Vio cómo alguien sacaba una lengua y cerró los ojos para recibir el tan esperado beso. Lo embadurnó de saliva por detrás y quedó pegado en sobre muy gordo.
- ¡Asco de vida! No me puedo creer que no salga de esta miserable ciudad. ¡Y yo que me creía que llegaría lejos con todo lo que valgo!- Dijo al ver la dirección del destinatario. Cayó por una boca que estaba toda tiesa, ni asomo de alegría al recibirlo.


Llegaron otros sobres. Pero el buzón estaba tan oscuro que apenas pudo ver qué era lo que llegaba. Por fin las manos del cartero recogieron la saca.
- ¡Esto ya es otra cosa! - y en la real cara se estiró la sonrisa.
Oyó llorar a una muchacha que sin cesar decia:
- Me mandan a Japón y yo no quiero. Tendré saudade hasta de los cuarenta grados a la sombra.
Aprovechando el traqueteo de la calle aún pavimentada de adoquines  consiguió despegarse. Se acercó. Hizo una reverencia por saludo y le habló:
- Permítame señora que yo ocupe su puesto. Yo quisiera ver mundo y usted parece que debe tener aqui algo más que apego a los calores del verano. 
Después de un par de saltos y algún que otro arte que aquí no viene a cuento, el real sello mandó a la señora a su propio destino. Y él...él debe andar con samuráis o con geishas o aprendiendo a escribir con pictogramas

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