Ave nocturna

Quitando la adolescencia, ese periodo en el que hasta crecer da sueño, se podría decir que no soy dormilona. El pino al que he llegado está en medio de un jardín bastante rústico. El suelo está cubierto de pinacha y alguna hoja de los plataneros de sombra cercanos. A veces, durante el día, me refugio en las cámaras bajo el tejado de  la casa. Hay tres conductos que algún arquitecto romántico dejó abiertos al exterior en forma de triángulo. Tampoco es que haga nada del otro mundo. Todos, hasta los habitantes de la casa, nos refugiamos del calor. Todos vivimos en una especie de cueva cuando llega el verano. La mía me provee de pequeños roedores, así que, al caer la noche salgo para estirar mis alas. 
Lo hago con cuidado. Una vez se me ocurrió salir a escuchar cuentos. Habían colgado una hamaca entre mi árbol y un falso pimentero y en ella se mecían una mujer con dos niños pequeños. Acababa de empezar:
rase  un día en el que todos los primos se montaron en el balandro del jardín. Iban Juande, Álvaro, María, Miguel, Conchita, Tomás, Kinito y Clara. Lo pusieron en la pequeña corriente de desagüe de la piscina, llegaron al río y pusieron rumbo a la selva...

Estaba claro que los protagonistas de la historia eran esos mismos niños, así que cuando oí que uno de ellos llevaba un loro en el hombro pensé que, si conseguía gustarles, tal vez  me metieran en el cuento. Lo que pasó fue que el más pequeño, creo que se llamaba Miguel, se asustó mucho al verme con las alas abiertas y como no pretendía tal cosa me escondí entre las ramas más oscuras. Allí, oculta, los oí:
- ¡Papá, abuelo, venid corriendo, hemos visto la lechuza!¡Es enoooorme!
- ¡Busca una linterna!, ¡creo que sigue en el pino!
-¿Y si baja?
-Nosotros le parecemos monstruos, somos mucho más grandes que ella. No va a bajar, dame la mano.
-Es que tenía las alas muy grandes.
-Daba un poco de miedo así tan cerca, ¿verdad?
- A mí me ha dado mucho.
-Es que no nos habrá visto, ¡como estábamos tapados para que no nos picaran los mosquitos...! Pero era bonita, ¿eh?, ¡ha volado casi sin mover las alas!. Ahora se va a asustar ella, somos muchos y se esconde cuando hay ruido. ¿Te cojo?
-¿Nos podemos quedar en el porche?
-¡Claro!, desde aquí también la vemos si la encontramos con la linterna.

No me quise asomar hasta que no lo vi tranquilo. Luego me alejé un poco. Un grillo se movió antes de ponerse a cantar y acabar en mi pico. No aprenden nunca. Se me despertó el hambre y me desplacé hasta un antiguo poste de la luz.

Mírala, mírala! ¡Está allí, donde se ponen las tórtolas!- los oí de lejos.  Un ratón se empeñó en que lo cazara pero ya no quise acercarme. Me fui al solar vacío calle arriba y me propuse disfrutar de mi trofeo.

Al día siguiente dormí poco esperando que llegaran a la sombra de mi pino. Solían aparecer por la tarde. Cuando lo hicieron escuché desde mi escondite el final del cuento: 

-Remaron con todas sus fuerzas hasta coger una brisa que los llevó río arriba. Cuando llegaron a casa de los abuelos oyeron una voz que parecía estar mucho más lejos: "Niñoooooos, a merendar" Cuando contaron lo que les había pasado nadie quería creerles hasta que Miguel enseñó la pluma roja y verde que  el loro les había regalado. Y colorín colorado...
Uno de los oyentes, el mayor de los primos, un Juande de siete años,  limpiándose los bigotes de colacao comentó:

- ¡Pues yo de ese día no me acuerdo!



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