Un folio en blanco con un punto
Te lo vuelven a proponer y tú, contento de haber aprendido, sonríes con satisfacción:
- Ahora sí que no me vas a pillar.
Cierras los ojos un momento y ves ante tí una duna de arena blanquísima. La sensación de estar quemándote los pies y de no poder correr porque esa montaña de arena tan atractiva es una trampa visual. Está tan suelta que cuando intentas andar te hundes, te escurres hacia la pendiente, te vuelcas hacia adelante. Te rindes al encontrar una zona más templada, te tumbas y entonces ves el avance de la duna, esa corriente de granos minúsculos que avanzan imparables formando una media luna. Deseas ser parte de esa materia tan liviana, que se mueve sin esfuerzo creando algo tan bello.
Desde la atmósfera sólo se vería blanco.
También ves esa mañana de niebla densa cerca del río. Una alfombra blanca que no quisieras manchar al acercarte con tu coche. Cuando la vas a alcanzar se levanta. Sí, se levanta como quien abre su cama y deja al descubierto lo que hay bajo las sábanas. Se abre a tu paso y deja paso a un sol que se vuelve tímido mientras niebla se despereza.
Hay más historias en ese folio. La del día que nevó con copos gordísimos y nos despertó la nada, y no fuimos los únicos, que en ese silencio atronador se fueron encendiendo más luces de los vecinos, y oímos voces apagadas llamándose: ¡Juan, despierta a los niños, que está nevando! ¿qué pasa? ¿Qué pasa?¡Nieve! ¡Está nevando! Y la mañana siguiente abrir mucho los ojos ante ese folio en blanco que quedó tras los cristales.
La de los días de colada en que cogías carrerilla para saltar al montón de sábanas para lavar. y buceabas en su blanco como si fuera una piscina.
La de la primera vez que sobrevolaste las nubes y quedaste sorprendida del brillo de su superficie por un sol espléndido.
La primera vez que quedaste en alta mar, en un barquito pequeño, tan pequeño que por primera vez entendiste el grito de "¡Tierra a la vista!...
Y entonces llega de nuevo la pregunta.
-¿Qué ves?
-¡Estoy en blanco!
- Ahora sí que no me vas a pillar.
Cierras los ojos un momento y ves ante tí una duna de arena blanquísima. La sensación de estar quemándote los pies y de no poder correr porque esa montaña de arena tan atractiva es una trampa visual. Está tan suelta que cuando intentas andar te hundes, te escurres hacia la pendiente, te vuelcas hacia adelante. Te rindes al encontrar una zona más templada, te tumbas y entonces ves el avance de la duna, esa corriente de granos minúsculos que avanzan imparables formando una media luna. Deseas ser parte de esa materia tan liviana, que se mueve sin esfuerzo creando algo tan bello.
Desde la atmósfera sólo se vería blanco.
También ves esa mañana de niebla densa cerca del río. Una alfombra blanca que no quisieras manchar al acercarte con tu coche. Cuando la vas a alcanzar se levanta. Sí, se levanta como quien abre su cama y deja al descubierto lo que hay bajo las sábanas. Se abre a tu paso y deja paso a un sol que se vuelve tímido mientras niebla se despereza.
Hay más historias en ese folio. La del día que nevó con copos gordísimos y nos despertó la nada, y no fuimos los únicos, que en ese silencio atronador se fueron encendiendo más luces de los vecinos, y oímos voces apagadas llamándose: ¡Juan, despierta a los niños, que está nevando! ¿qué pasa? ¿Qué pasa?¡Nieve! ¡Está nevando! Y la mañana siguiente abrir mucho los ojos ante ese folio en blanco que quedó tras los cristales.
La de los días de colada en que cogías carrerilla para saltar al montón de sábanas para lavar. y buceabas en su blanco como si fuera una piscina.
La de la primera vez que sobrevolaste las nubes y quedaste sorprendida del brillo de su superficie por un sol espléndido.
La primera vez que quedaste en alta mar, en un barquito pequeño, tan pequeño que por primera vez entendiste el grito de "¡Tierra a la vista!...
Y entonces llega de nuevo la pregunta.
-¿Qué ves?
-¡Estoy en blanco!
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