Pez vaca y Beluga planchada cambian de vida.

Érase un Pez-vaca que decidió conocer mundo. También su amiga, la Beluga planchada se embarcó en el viaje. Eran muy dispares y aun así, o tal vez por eso mismo, inseparables.
El Pez-vaca era grande y gordo, como un gran mamífero acostado, con cuatro pequeñas prolongaciones marrones que recordaban a las pezuñas de una vaca, de ahí su nombre. Roncaba a todo roncar cuando se quedaba dormido. Su amiga, la Beluga planchada que era un cetáceo algo menor, con más aspecto de lenguado descabezado que de beluga, le sacudía con la cola cuando la despertaba.

Iniciaron su viaje un invierno gélido del mar del Norte. No estaban convencidos los familiares y amigos de que aquella aventura fuera a durar mucho. Pero la ignorancia es osada y dijeron adiós contentos y sin volver la vista atrás.
Pasaron muy cerca de la costa  de Escocia, plagada de focas y medusas. Se acercaron a ver la famosa playa de St Andrews, vieron entrenar corredores de todas las edades mientras descansaban  en la ensenada del campo de golf. En su camino hacia el sur conocieron una española y un francés que vivían en el condado de Fife y  estaban haciendo padleboard. El pez vaca asustó a María. La Beluga guiñó a Adrien.
-¡Qué monos! ¡Déjalos en paz!, ¿no ves que son marineros de agua dulce?- Le riñó Beluga.
Y una vez pasado el estuario de Edimburgo se dirigieron hacia la costa de Holanda, donde el mar era más alto que la tierra firme.
-Yo eso no me lo creo. Seguro que son patrañas de tierra adentro.
Un tiburón que pasaba les dijo a voz en grito
-¡Catetos!
-¡Tus muertos!- Le contestó Beluga que era un poco gitana.

Cuando les enseñó los dientes, el Pez-vaca se puso un poco nervioso.
-Perdone a mi amiga, es que no sabe decir otra cosa en neerlandés.- Y a ella le pegó un empujón para que se alejara rápidamente.


Entraron en uno de los canales de Amsterdam y abrieron mucho la boca al ver el mercado de las flores.
-¡Cuántos colores!
-Sí, sí, muy bonito, pero aquí el sol no calienta. Vámonos al sur, que esto es más de lo mismo.

Así que se fueron hacia el canal de La Mancha, luego hacia la Bretaña Francesa, durmieron en La Rochele y siguieron bordeando la cornisa cantábrica, la costa gallega y Portugal.
Cuando por fin llegaron a la desembocadura del Guadalquivir estaban exhaustos.
Una borrasca que los arrastró a la marisma mientras descansaban, se empeñó en acompañarlos río arriba.
Al llegar a Córdoba diluviaba y buscaron un refugio donde pasar la noche. Las calles estaban anegadas y se hacía difícil distinguir dónde terminaba el cauce del río. Remontando la corriente llegaron muy cerca del barrio del Naranjo y se metieron en una piscina.

-Pues mira- dijo el pez vaca- ya que hemos llegado hasta aquí yo voy a descansar como un señor.
-Y yo como una marquesa- dijo la beluga planchada.
Los dos cogieron la escafandra que llevaban en la maleta y se subieron al primer dormitorio que vieron vacío en la casa.
Y allí, tumbados a lo ancho en un gran colchón de matrimonio, los vi yo roncando a todo roncar y dando volteretas de puro contento. No sé si se habrán vuelto anfibios, pero parecían disfrutar mucho de su nueva residencia.

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