Mens sana

Nací en Bad-Ocor hace veintinueve años. Al sur hay un gran bosque de hayas por el que me gusta correr. Suelo salir por las mañanas antes de ir al colegio en el que trabajo. Veinte minutos.  Unos tres kilómetros trotando. Me gusta ver cómo la luz se filtra entre las hojas. Sentir las zonas más mullidas del terreno cuando llueve. Me gusta respirar el olor de las hojas cuando se descomponen o el de la tierra recibiendo la lluvia después del verano.
No hay carreteras cerca del bosque. Para llegar tienes que recorrer los tres kilómetros de carril que hay hasta la casa de mi abuelo, con el que vivo.
No hay ruido de ciudad aunque esté tan cerca. A ciertas horas todo está tan callado que, si te paras,  lo único que percibes es el latido de tu corazón acelerado por la carrera o el de tu respiración un poco más honda de la que tienes en calma.
Me digo mens sana in corpore sano, y procuro mantenerme en forma para ver si así mi mente se aclara. Porque últimamente no me encuentro muy bien. Es como si se hubiera roto mi brújula interior, esa que me hacía saber lo que hacer para ser bueno, para no hacerme daño ni hacer daño a otros.

Hubo una época en la que se menospreció a los sentimientos. No se podían medir, ni verificar, se podían representar o falsear. Imposibles de conocer con veracidad científica fueron quedándose atrás mientras las ciencias puras le ganaban por goleada. Eran considerados de gente con bajo o nulo nivel cultural.
Mi familia presumía de no caer en esa bajeza. No es que fueran estoicos. Tampoco te los puedes imaginar como seres incapaces de desear bienestar o disfrute, pero su idea de lo que era disfrutar era muy limitada. Cualquiera que se saliera de sus cánones era que tenía mal carácter o que era muy torpe.
Si te sentías acongojado por estar lejos de tu madre, eras tonto aunque fueras brillante en el colegio porque eso sólo le pasa a los más pequeños.
Después de muchos "¡pero no seas tonto!" sin más pista para resolver tu malestar,  dejabas de hacer caso a los sentimientos negativos porque lo único que te acarreaban era desprecio añadido. ¿Quién querría hacerles caso?
Poco a poco, te ibas haciendo adepto de esa nueva corriente que prometía bienestar y felicidad si te bebías ocho vasos de agua al día.
Cuando estabas ya casi ahogado te atraía mucho más aquella otra que hablaba de evitar la carne de cerdo y las grasas animales, aunque el jamón se podía considerar carne de vacuno, especialmente el ibérico, porque nadie lo excluía de las dietas.
Luego llegaron otras dietas: las disociadas (¿te acuerdas del método Montignac?), bio, ecológicas, sin gluten, sin lactosa, bajas en proteína,  vegetarianos, veganos...somos lo que comemos, para ser feliz hay que comer bien. ¿Pero qué era eso de comer bien?.
Cuando nos convencimos de que con comer bien no se arreglaba todo empezaron otras modas: la medicina alternativa, las técnicas ancestrales: acupuntura, ventosas, piedras calientes, estudio de la lengua o del iris...el body building, gimnasia de mantenimiento, spinning, body combat, footing, paddle, la gimnasio-manía, ...

Nada de eso parecía completarnos y empezamos a mirar a Oriente. Yoga, budismo, meditación, mindfulness...
Y en educación controlar todo aspecto cuantitativo y cualitativo de la adquisición de competencias.
-¿Los sentimientos también?
-También. ¡Y eso que no eran medibles!
En vez de conocer su función y aprender a aprovechar la información que nos dan sobre nosotros mismos o los otros. La información que nos aportan sobre nuestro conocimiento de la realidad, nuestro  grado de ajuste a la misma , tenemos que gestionarlos, controlarlos, sopesarlos, medirlos, tabularlos, registrarlos, esconderlos y reprimirlos siempre que causen problema a la convivencia... porque no dan calidad ni calidez al sistema educativo, ese que presume de aspirar a la excelencia.
Y todo ello sin formación previa. Como por arte de magia.

Así que estoy un poco perdido. No sé si alguien me gusta de verdad o es que estoy salido. Si es que soy un obseso porque deseo encontrar a ese alguien detrás de cada esquina. O si se están propasando conmigo porque a todo el mundo le gusta el sexo, ¿qué haces que no disfrutas?. Me parece de tan mala educación ser borde que no sé exigir que me respeten sin comunicarlo primero a mi director o a  mis padres.
Por más pistas que busco no encuentro nada que me satisfaga plenamente y no me atrevo a hacerle caso a lo que siento aunque no me guste, no vaya a ser que lo único que consiga  sea más desprecio de aquellos que andan tan perdidos como yo y me dicen que me quieren.

Mejor me voy a correr y a apretar los dientes.



Comentarios

Entradas populares