Gente corriente

Tengo diez años y no sé lo que ha pasado que me han mandado a un club en el que hago manualidades. Debe ser porque soy hábil con las manos aunque también puede que sea porque a mi madre le preocupa que no quiera  jugar con las amigas que ella propone.

A veces, con los vecinos o los primos jugamos a reirnos de las conversaciones de los mayores:
-¡Hay que ver lo mal que está el servicio!.
-Es que la gente no quiere trabajar
-Desde luego. A ver dónde encuentras tú ahora una  Mariquita la Bocamueca.
- ¡Pues la mía no se queda ni el sábado para la cena!
-¡Ah, no!¡A mí tienen que venir a servir y recoger la mesa el domingo!. Yo dejo los cubiertos de plata metidos en agua, y cuando los lavan el lunes se quedan admirablemente- (Esa era mi abuela, usaba admirablemente siempre que aludía al olor de madreselva o al trabajo del servicio).
-Pues es que encima  tiene una que hacerlo todo, porque nada más que  con enseñarles...

Si es verano, imitamos la manera que tienen de nadar para no mojarse el pelo, porque  ninguna de mis tías quiere estropearse el look de peluquería. Ese de pelo cardado y rulos gordos, porque lo de la permanente que mata el brillo  es de gente sin clase. Por supuesto lo hacemos con el pelo chorreando y después de haber hecho un concurso de saltos: de bomba, de tirabuzón, de cabeza raspado, de cabeza picado,  de voltereta...


Ahora soy mayor, incluso más que mi madre cuando  me apuntó a esas clases para que me socializara.

Conseguimos quitarnos alguna de esas tonterías, las más fáciles, pero no podíamos quitarnos ser quienes éramos. A mí,  por si acaso y para que no se me olvidara, me llevaron a ese club con niñas de postín.   No conseguía intimar con ninguna, se me encogía el corazón de verme allí sola. La solución para que se me pasara era centrarme en la tarea, así que poca relación con nadie llegué a tener. No duré mucho. Las manualidades eran bonitas y no las hacía mal pero eran caras. Con tantos hijos y tanto servicio el dinero no se podía estirar más. Qué bien.

Nos mudamos. ¿De quién me hice yo amiga? De Rafalín, el hijo del guarda. Tampoco es que hubiera más donde elegir. Me distancié definitivamente al poco. Lo ví en un aparcamiento robando gasolina para su moto.

Mi madre nos metió en la parroquia para que diéramos catequesis. Resultó que yo era buena en eso. Además me hice amiga de algunos parroquianos. Mis hermanas mayores dejaron la parroquia con el cambio de párroco, que ocurrió cuando llevábamos un año. Yo, que ya tenía amigos, seguí.
Ir a la parroquia era casi un salvoconducto para salir. Pero mi madre se equivocó de parroquia. Me tenía que haber animado a ir a una del centro, esas con familias conocidas y mucho barroco detrás del altar. Pero nos apuntó a la más hippie, la única que tenía detrás del cura un parque entero, lo que  me sedujo mucho más.
Va a ser que me gusta la gente corriente, que soy un poco de barrio aunque no siempre me atreva a serlo abiertamente. ¡Qué disgusto se va a llevar mi madre cuando se entere!


Comentarios

Entradas populares