El gran Manú

El río Tapirapé  se levantó contento esa mañana. Garzas y garcetas salieron a la orilla para saludar  a Manú y a sus amigos. Los cormoranes permanecieron en el agua, curiosos, para ver de cerca a los invitados. Los  botos, usualmente tan tímidos, asomaban su espiráculo para saludar. Sólo los más osados mostraban una aleta. Varios grupos de yacarés saludaron con un leve movimiento de pupilas.

Hasta un par de marabús se apostaron al sol para ver a los forasteros.



Cuando por fin llegaron, un boto que acababa de cumplir la mayoría de edad hizo una demostración de fuerza y salió nadando a toda potencia a muy poca profundidad.
-¡Ooopa!, ¡Qué mayor estás!- le gritó Manú. Y el joven delfín animado por el saludo dejó una estela mayor que la que dejaba la pequeña canoa en la que los amigos viajaban.




A la sombra de un gran árbol de la orilla pescaron pakús, pintinhos y pirañas. Leuter jugó con un yacaré. Se hacía el distraído, pero apenas veía el movimiento de lanzamiento de la caña se preparaba para avanzar rápidamente en el agua. Abría mucho su enorme bocaza e intentaba cazar al vuelo el pececillo que ella  le ponía de cebo. 
Consiguió que se acercara bastante, y cuando ya estaba a unos tres metros ocurrió algo sorprendente:
La pequeña piraña que hacía de carnada se enganchó a la nariz del yacaré que se puso a llorar.
Leuter lo llamó conmovida, le quitó tan molesto inquilino y le dejó marcharse dándole una palmadita en el lomo.

Esa noche tomaron sopa de piraña y pakús en salsa y se acostaron soñando con el pirarucú que querían pescar de madrugada.


No hubo pirarucú pero sí mucha risa cuando uno arrastró a Leuter hasta el centro del río Araguaia y estuvo a punto de tirarla al agua. 

Antes de comer se dieron un baño. Lula olvidó quitarse las gafas  y las perdió en el fondo del río. Mientras comían, un sonido como de mandíbula que se abre y  cierra con rapidez, llamó su atención.
¡Era el yacaré de Leuter que salía del agua con las gafas puestas!

Manú, sin pensarlo dos veces se montó en su lomo para recogerlas. El yacaré, asustado, quiso morderle un pie
-¡Awuiri!- le dijo Manú,- ¡sólo necesito las gafas!
Le hizo cosquillas junto a las patas y volvió nadando hasta la orilla con las gafas sobre su cabeza.
- ¡Bravo Manú!- aplaudieron todos
- ¡Bravo amigo mío!-Gritó Leuter echando una gran piraña al yacaré. 


Comentarios

  1. Ahora entiendo por qué te hacía tanta gracia lo de que mi personaje de "La selva" se bañara sin gafas y viera todo borroso. Curioso que un personaje de ficción reparase en quitarse las gafas, y uno de carne y hueso, o sea, tú, no. Eso sí, no hay color, entre haber estado en la realidad o imaginarla. Ese despliegue de nombres que tú has vivido no lo pude igualar: yacaré, pakús, pintinhos, pirañas, garzas, garcetas, Awiri, botos, espiráculo, cormoranes, marabú, piracú, Araguaia... Me siento pequeño ante tanto repertorio, aunque tampoco me suelo documentar como debería, así que ahí está mi penitencia de escritor flojo.

    Qué bien que te encontraran las gafas, porque si no, te habrías perdido el detalle de aquella selva. Un abrazo, Loles.

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    1. Es impresionante lo que allí ahí. Un primo de mi madre vive allí en un pueblo pequeño, Santa Teresinha, y me invitó a pasar un mes con ellos.

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