Camino de Sevilla

Lula se levantó intentando acordarse de su último sueño.
Había muchas camas antiguas en una habitación...No se acordaba de más.
Las imágenes del sueño se habían ido sumergiendo en los escondrijos de su conciencia como para guarecerse del agua de la ducha y dejar paso a los planes del día:
- Recoger un poco lo que estaba por medio para que Victoria pudiera limpiar con agilidad
- Mirar la ubicación del convento de la Hermanas de la Cruz en Sevilla para ver si podía acercarse a ver a su tía
- Inventar una historia.

Llevaba varios días con esa idea (en realidad varias semanas) pero cuando se ponía delante de la pantalla en blanco y convocaba los párrafos e imágenes que pedían salir, no conseguía formar ninguna secuencia de acontecimientos
Los personajes que aparecían por su mente se le agotaban al poco de empezar o empezaban a coger un rumbo que no le entusiasmaba. No le llegaba a enganchar la historia que le contaban.

Días atrás creyó tener un nuevo enfoque y tanto se entusiasmó que se  vio con un libro acabado, poniendo una dedicatoria un tanto polémica e inesperada y firmando ejemplares para sus familiares y amigos.

Consiguió llegar a la tercera hoja en un Word con letra estandarizada. Antes de apagar el ordenador abrió un viejo borrador, comprobó con satisfacción que lo que acababa de escribir le gustaba mucho más, cerró aceptando cambios y mandó lo recién escrito a la nada digital sin ni siquiera sospechar lo que acababa de hacer.
Cuando un par de días más tarde quiso seguir por donde lo había dejado, fue tal la decepción que se quedó en blanco. Intentó reescribir lo que llevaba, se acordó de su ensueño de libro acabado y sonrió para sí: eso te pasa por ser tan tonta, para que no te creas que has conseguido las cosas antes de ponerte a ellas.

No conseguía trazar la historia.
-¿Por qué algunas me salen de un tirón? ¿Por qué me puedo inventar un cuento sin proponérmelo y me cuesta tanto cuando me lo propongo?- se preguntaba
-Me pasa cuando le quiero decir algo a alguien...Tal vez no tenga nada que decir.

Intentó imaginarse inventando una historia para Miguel, que ahora estaba tan lejos. Nada.
Intentó imaginarse contando un cuento a los niños de Infatil de su colegio. Nada.
-¡Vaya! ¡Esto no me lo esperaba! Para ellos me salen casi con facilidad!

Intentó escribir escenas, como si fueran microrrelatos, pero tampoco.
-¡Qué difícil! No sólo quiero contar lo que ocurre.  Quiero que los personajes hablen, que no sean elementos del paisaje.
Los días pasaban y cuando más pensaba en el principio de su historia borrada, en el enfoque que quería darle, menos escribía.
-¿Y si escribo mi propia historia y vivo lo que escribo? - pensó al subirse al tren.
Y esa misma idea, que le llenó de entusiasmo, le llevó a otra:
-¿Y si todos estuviéramos escribiendo la historia que queremos vivir? ¿Y si fuera que algunos hacen hasta lo imposible para que estemos en su historia de la manera que ellos han planificado?¿Que no pueden entender que tu tengas tus propios planes? ?¿Que se creen que eres solo un personaje de lo que están contando?


Lo que acababa de descubrir le pareció liberador porque  ella no era personaje y no tenía obligación de serlo. No solo eso. Considerar a los otros como autores le daba otra perspectiva: querían vivir su historia ¿iba a condenarlos ella por eso?

Y empezó a pensar su primer párrafo cuando el tren entraba en Santa Justa:

Así empezaba su historia:
Lula se bajó del tren dispuesta a beberse Sevilla, lo que viera de ella, hasta que Aurora saliera de clase.

Comentarios

Entradas populares