El circo del mar

Un día, Ramón, el pescador de palabras, fue a ver el circo del mar.
Habían anclado muy cerca del puerto. La función se veía desde el espigón  que cerraba su entrada.

Estaba atareado con un pequeño catamarán y el capitán, que también era el Jefe de Pista,  le propuso cenar con él después de la función.
 -Me gustaría que me diera su opinión sobre una asunto que no consigo resolver.- le dijo

Cuando llegó la hora, Ramón, que no había ido al circo desde que era un niño, guardó con mucho cuidado el último esqueleto de erizo de mar que desenredó de uno de los pontones, se cambió la camisa y  peinó sin gran resultado sus rizos encrespados por el sol y el salitre del aire.

Los ojos de Ramón, que siempre parecían ver más allá que cualquier persona, de vivos y penetrantes, brillaron de entusiasmo cuando salieron los acróbatas. Representaban una lucha imaginaria.  Se lanzaban persiguiéndose y dando volteretas desde lo alto del palo mayor o desde el trinquete usando unos cabos que tendían de uno a otro . Se balanceaban bocabajo, hacían como que caían heridos, los recogían en pleno vuelo por las muñecas o por los pies y volvían a empezar.


Algunas mujeres, maquilladas y vestidas como vedettes, hacían poses que señalaban a los artistas y saludaban con ellos al terminar. Esas mismas mujeres, mientras el capitán anunciaba el siguiente número, se convertían en la bala humana, lanzadoras de cuchillos o contorsionistas y más tarde actuaban con sus hombres haciendo malabares y números de magia.

La bala humana caía, cómo no, al mar, donde la esperaba uno de los botes salvavidas bien iluminado. El resto de las actuaciones se desarrollaban entre el puente de mando y el resto de la cubierta.

Cuando acabó, todos, artistas y público, se fueron a la playa. Parte de la tripulación había montado un puesto  donde por unos cuartos podías tomar tanto pez a la brasa como pudieras...hasta acabar los 70 kilos que pesaba la pieza de cherna.

El capitán llevó a Ramón a una mesa donde ya tenían una fuente rebosante de patatas asadas y filetes humeantes.

-Ha sido una función de primera- dijo Ramón. -Nunca pensé que la vida en el mar pudiera originar tantos artistas.
-¡Por los artistas!- brindó el capitán dándole una fuerte palmada en la espalda.
-¿Actúan en todos los puertos?- quiso saber el pescador de palabras
- No, no, sólo cuando necesitamos reponer las arcas, o necesitamos sacar el barco para limpiar el casco. ¿Puedo tutearte? Me han dicho que eres muy bueno en eso.
- ¿Eso dicen? Mas bien soy de los pocos. Hace falta paciencia para desenredar algunas palabras sin que se dañe el casco. ¡Son peores que algunas lapas!- y se encogió de hombros mientras lo decía

-Mira,  yo no sé cuál es el problema, pero en ocasiones tengo la sospecha de que alguien manipula mis cartas de navegación. He corregido el rumbo los últimos quince días. Tendríamos que haber atracado a más de cien millas de aquí. No entiendo lo que ha pasado.

- A ver. Cuéntame todo desde el principio.
Y así empezó esta historia...











Comentarios

Entradas populares