Metamorfosis

La primera vez que ví a Nicolás era muy pequeña. Nadie sabía muy bien lo que era pero me puso un nombre.
Sin duda la confusión que le causó mi aspecto le hizo llamarme Lía. No le culpo. ¿Quién iba a pensar que mi pico era provisional o que en vez de mis patas de dragón iba a conservar la cola de renacuajo?

También las plumas se fueron cayendo y las escamas de mis brazos son ahora imperceptibles.

Del dragón que daba miedo queda poco, casi nada, un poco de color rojo que me incendia el cuerpo cuando me ofusco pero que no se convierte en llama. Tal vez algún día lo avive para que salga fuera, tal vez cuando me sienta en peligro verdadero.

Ahora prefiero nadar con los delfines o bucear para adornarme con las orejas de mar y las estrellas rojas que me encuentro aburridas por el fondo del océano.

Hace poco ví un barco que iba cargado de ellas. Son perezosas para nadar. Les advertí que las sacarían del agua como no se repartieran entre babor y estribor. Es posible que no  me entendieran  ¿o no sabrán que existe el otro lado del barco?

Salí a buscarlas pero el abuelo de Nicolás estaba ocupado y no le quise distraer con tonterías de vagas estrellas de mar. Eso sí, me metí en sus carpetas para ver si podía averiguar algo de ellas. Me llamó pero soy curiosa, no podía dejar de mirar las palabras que tiene almacenadas y no le contesté. Me parecen interesantes todas ellas. Me parece que ya quiero un poco a este hombre, por sus palabras, porque las mima.

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