Dragón chino Guadalquivir
Dragón chino Guadalquivir
—Y ahora una pregunta
para los más estudiosos del colegio: ¿Por dónde pasa el Guadalquivir?
Todos quieren contestar, miran a la seño Josefina esperando
aprobación, miran a la presentadora de la fiesta y el jaleo es tan grande que
se oye por los altavoces
—Bueno, bueno, veo que lo sabéis todos— y acercándose a
Miguel Ángel de la clase de 4 años pregunta de nuevo — ¿Por dónde pasa el
Guadalquivir?
—¡Por el puente!
—¡Muy bien!¿Por dónde si no? Un fuerte aplauso
Y aplaudimos tan fuerte y con tantas ganas que el río se
despertó de su siesta y siguió su curso hacia el mar sonriendo
.
Hace mucho, mucho tiempo, en verano, conoció a otro niño.
Hacía calor. Mucho calor. Las ranas se refugiaban entre los
juncos de la orilla. Los cormoranes abrían sus alas intentando refrescar su
cuerpo de ave pescadora. Las chicharras cantaban tan alto que ocupaban todo el
aire y no se oía nada más. El aire bailaba la danza de los siete velos para no
quemarse los pies con el asfalto del puente. Una garza blanca miraba con tanta
intensidad que se le olvidaba apoyar sus dos patas.
Se acercaron con sus pantalones cortos colorados como
tomates.
—Por aquí podremos vadear el río. Está muy bajo.
—Yo no voy. No sé nadar.
—¡Venga Juan! ¡Pero si no cubre! ¡No seas cagueta!
—¡Sí, venga, te ayudaremos!
No es que el niño sea sensato. Es que está muerto de miedo.
Se acuerda de las historias de ahogados que cuentan en el cortijo, de lo
difícil que le resulta flotar unos instantes, de la tensión de todo su cuerpo, pero
no quiere parecer cobarde.
Intenta animarse. Piensa que cuando llegue al otro lado se
va a alegrar, que puede contar con sus amigos, que tal vez parece más difícil
de lo que es en realidad.
Guadalquivir se revuelve molesto. El fondo es muy irregular
por donde quieren cruzar ¿Y si le pasa algo? ¿Y si se hace daño y no puede
seguir caminando? Observa alerta, como un guerrero preparado para la lucha.
Se escurre, una
fuerza tira de él hacia el fondo y oye —¡Agárrate fuerte! — y aunque no
consigue encontrar una mano, sabe que lo están sujetando y él mismo se aferra
con desesperación a quien le ayuda.
Le duelen los pulmones, nota que se queda sin fuerzas. Teme
estrellarse con los pilares del puente. Se acuerda de su abuelo, de su abuela
llamándole pejigueras y oye una risa.
—¿Así que eres eso? ¿Quieres viajar pejigueras?
—Hoy no. —se disculpa—Me esperan en casa.
—¡Otra vez será! —contesta el río muerto de risa. Y dándole
dos patadas y un último coletazo lo devuelve a la orilla.
—Pero ¿qué haces? ¡Menudo susto, tío!
—Ya os lo he dicho, ¡no sé nadar! —Mientras vomita toda el
agua que ha tragado se oye una risa de piedras chocando en el fondo del río.
Guadalquivir se aleja y permanece a un tiempo. Ya añora a
ese niño y él su risa que quita el miedo, su olor a verdina, su tacto de pez.
Otro invierno. Otra primavera.
Llueve. —Ya mismo está creciendo salvaje el río— piensa
Juan acordándose de las últimas riadas.
Cierra los ojos un momento reconociendo un olor familiar. Al aspirar algo hace
clic-clic en su cabeza. ¡No es tierra mojada es… su olor!
Casi no se atreve a
sacar la mano de debajo del paraguas. Está muy cerca del puente. Cierra de
nuevo los ojos y al sentirlo sobre su piel se sorprende gritando- ¡llévame
contigo!
-¿Por dónde pasa el Guadalquivir?
-¡Por el puente!
Ahora son sus pies los que no pueden parar. Baja por el foso
que hay junto a la muralla, pasa bajo el pequeño puente que desemboca en el
jardín que hay bajo el Alcázar, corre por el soto hasta la orilla y muchacho y río se convierten en uno.
Los azulones les saludan asombrados, las carpas dejan la
boca abierta y sus bigotes flojos al verlos pasar, las bogas y galápagos les
dicen adiós como niños tras las ventanillas de un coche.
-¡Adiós Río Grande! ¡Adiós Juan! ¡Adiós, adiós! –repiten con
cara de bobos, muertos de risa esperando que les devuelvan el saludo.
Cada puente es una puerta que abre el dragón antes del
llegar al mar y cuando lo hace, Guadalquivir se convierte en corriente de agua
dulce.
-¡Ahhh! ¡Qué refrescante!-comentan las doradas que se
acercan a tomar un trago.
Las acedías de Sanlúcar van a darse un chapuzón en esas
aguas templadas en las marismas para
ellas.- ¿A quién has traído? ¿Es él, el que te oyó reír?
Juan está encantado
con sus nuevos amigos. Tiene palabras ingeniosas para todos ellos.
A la merluza le habla de las arañas y sus manías de
enredarse en su propia red, aunque por sus comentarios se diría que no se
entera de casi nada.
A la caballa le cuenta la feria de Jerez, y ella, muy
animada, propone hacer un desfile llevando en sus lomos algún langostino o
alguna gambita que se preste.
Al señor ermitaño, después de ganarse su confianza le da un
susto que lo espanta de sí mismo y consigue sacarlo de su concha. Ni el
ermitaño consigue parar de reír. ¡Pero qué chico éste!
Hace mucho calor. Las gaviotas jalean al sol con sus gritos.
Los peces voladores se asoman a ver el brillo diferente de sus aguas. El río
dragón marca una estela suave en el mar.
Es hora de salir. — ¡Sol, calienta un poco más! – pide el
río marinero.
Y sol, animado por éste público expectante, brilla aún con
más fuerza para que el río despliegue sus alas y se eleve.
El muchacho galopa a lomos de un dragón volador que se va convirtiendo en
suave nube transparente que huele a mar.
-Y ahora ¿dónde vamos?
-Quiero presentarte a alguien.
Guadalquivir se despide de los delfines que ya se alejan
saltando. Vuela sobre la costa de Cádiz y asciende hasta la sierra a llevar
agua dulce a los pinsapos.
También riega los tulipanes, muscaris y lirios que plantaron
los niños de la clase de Miguel Ángel, el que sabe dónde encontrarlo, y sigue
su camino hacia el norte.
Al remontar el cauce lo ve por primera vez entero. Desde las
nubes de las que forman parte aparece la imagen serpenteante de su cuerpo, sus
patas y alas laterales y sus escamas afiladas que se adentran en las
estribaciones de la sierra.
-¡Pero si eres un dragón! ¡Un dragón chino!
Dragón chino Guadalquivir le guiña un ojo, lo deja en el
puente que está cerca de su casa y se va con su risa de guijarro batido por la
corriente.
-¡Vuelve pronto!
Guadalquivir se aleja y permanece a un tiempo. Quiere a ese
muchacho y él su tacto de escamas, su olor a verdina, a mar y a lluvia.
- ¿Por dónde pasa el Guadalquivir?
-¡Por el puente!
Mete la mano en el bolsillo, acaricia la escama desprendida
al asirse a su cuello y sonríe con ojos soñadores.
-¡Siiiii!-grita. Y vuelve a casa corriendo.
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